Día Internacional de la Mujer Rural : Reunión con Dado Baldé, responsable del proyecto "mujeres y agricultura resilientes" en Senegal

Noticias | Publicado: 14 de octubre de 2021

Ingeniero agrónomo, Dado Baldé, de 49 años, se incorporó al CECI en 2017. Contratada inicialmente para un puesto de voluntaria en Dakar, ahora vive en la ciudad de Kolda, desde donde gestiona el proyecto Mujeres y agricultura resilientes (FAR). Este brinda apoyo a las mujeres y los jóvenes productores del sur y el suroeste de Senegal, cuyas condiciones de vida se ven perjudicadas por los efectos del cambio climático.

Con motivo del Día Internacional de las Mujeres Rurales, que se celebra el 15 de octubre, Dado Baldé nos ofrece una visión de la realidad de estas mujeres de Casamance, cuya fuerza y determinación aplaude. También nos habla de los retos de este proyecto con duración de cinco años, el cual pretende convertir a las mujeres que hoy son las primeras víctimas de los impactos del cambio climático, en protagonistas de los cambios sostenibles del mañana.

Usted nació y creció en Dakar, la capital de Senegal. ¿Cómo decidió una chica de ciudad como usted dedicar su vida a la agricultura?

Mi padre y mi madre son de la región de Kolda. Fue aquí, en su región natal, en Casamance, en el sur de Senegal, donde veníamos a pasar las vacaciones. Volvíamos seguido, y fue en esos tiempos cuando me interesé por la agricultura por primera vez. Comprendí, al vivir en esas comunidades, cómo era la vida de esas mujeres rurales.

Durante las vacaciones, era raro que pudiera pasar un día con mi abuela. Salía temprano por la mañana y regresaba tarde por la noche; al igual que las demás mujeres, se ocupaba de la producción de arroz y de los cultivos de tierras altas, como el cacahuete y el maíz. Y en la temporada baja cultivaba y vendía verduras. Mi abuela nos contaba que gracias a la venta de las hortalizas del huerto, que cultivaba durante la estación seca, podía pagar los estudios de mi madre y de mis tíos. Con medios de producción rudimentarios, las mujeres productoras han participado en el desarrollo de la agricultura en las regiones de Kolda, Tambacounda y Sédhiou.

Me enamoré con la agricultura al observar el compromiso y la determinación de las mujeres que lograban mantener a sus familias. ¡Y ver el orgullo que sentían estas mujeres y hombres! ¿Qué puede ser más gratificante que ser agricultor, trabajar para mantener y alimentar a su familia y a toda una comunidad? Cuando mi padre me preguntó qué quería hacer después de la escuela, no tuve ninguna duda. Sería la agricultura y nada más.

Primero trabajó como facilitadora en el programa de gestión de recursos naturales y sustitutivos, y después como oficial de desarrollo de programas de seguridad alimentaria en World Vision. Durante casi una década, usted trabajó en varias comunidades de esta región del sur de Senegal, a la cual se considera como el granero agrícola del país. También pasó mucho tiempo con las mujeres de Casamance, a las que llegó a conocer bien. ¿En su opinión, qué las describe mejor?

Su valentía y abnegación.  Participan enormemente en el desarrollo económico de su pueblo. Están muy presentes en los hogares, se encargan del trabajo doméstico, de la educación de los niños, de la atención primaria y están muy implicadas en la cohesión social. Están por todas partes.

Pero, a diferencia de la generación anterior, las productoras de hoy, y las mujeres rurales en general, son más vulnerables a los efectos del cambio climático. Sus sistemas de producción son cada vez más frágiles y no están preparadas para afrontarlo.

Gracias a una beca de la Fundación Ford, tuvo la oportunidad de hacer una maestría en estudios internacionales en la Universidad Laval de Quebec. Luego volvió a África, primero a Burkina Faso y luego a Senegal como voluntaria del CECI. ¿En qué momento tomó conciencia de la realidad de los impactos del cambio climático en esta región?

No puedo decir exactamente cuándo empezaron a sentirse los impactos, pero ciertamente desde que regresé, en los últimos 5 años, he notado cambios enormes en comparación con los primeros años de la década del 2000, sobre todo en cuanto si se observa la temporada de lluvias.  

Hace veinte años, la temporada de lluvias empezaba a principios de mayo. Hoy en día, para aprovechar de buenas precipitaciones, hay que esperar a julio. Y las consecuencias para la seguridad alimentaria son enormes.

Tomemos el ejemplo del maíz: se podía sembrar en mayo y tener las primeras cosechas en agosto. Esto permitía a las familias tener alimentos y hacer frente al periodo de escasez. Se podía volver a sembrar en agosto y tener otra cosecha en octubre. Las lluvias nos permitían sembrar todas las veces que quisiéramos, y los graneros donde guardamos las cosechas de arroz, maíz y cacahuetes nos permitían satisfacer las necesidades alimentarias del hogar durante todo un año. Con las reservas de arroz de mi abuela, podíamos comer hasta la siguiente temporada de lluvias.   

Hoy en día, esto ya no es posible. Este año, con la imprevisibilidad de las lluvias, será muy difícil que los hogares puedan alimentar a sus familias durante más de 4 o 5 meses. Los graneros ya no se llenan. De hecho, la propia palabra "granero" está desapareciendo...

¿Por qué las mujeres son más vulnerables que los hombres a los impactos del cambio climático?

Hoy, con las condiciones climáticas que conocemos, la agricultura tradicional ya no puede garantizar la seguridad alimentaria de toda una familia durante todo el año. Hay que adaptar y modernizar esta agricultura de subsistencia.

Las mujeres dependen de los recursos naturales locales para su sustento y el de sus familias, especialmente en las zonas rurales, donde soportan la carga de las responsabilidades familiares, como el suministro de agua, la recogida de combustible para cocinar y calentarse, y la seguridad alimentaria.

Además, a diferencia de los hombres, las mujeres tienen poco acceso a la formación técnica, la información y los recursos productivos (tierra, agua, materiales y equipos agrícolas, insumos, etc.), lo que perpetúa las desigualdades económicas y sociales.

El proyecto Mujeres y agricultura resilientes (FAR) tiene como objetivo no sólo reforzar la seguridad alimentaria de las mujeres productoras, sino también aumentar su empoderamiento socioeconómico, y brindarles un mayor acceso a la agricultura de regadío. La promoción del acceso a los recursos productivos, a las herramientas y a la tierra para las mujeres rurales es el núcleo del proyecto. ¿Puede hablarnos de esto?

El derecho de las mujeres rurales a acceder a los recursos productivos es un tema central en nuestra zona. Las mujeres y los jóvenes representan casi el 70% de la mano de obra agrícola en Senegal. Si esta mano de obra no tiene acceso a los recursos productivos, nunca podremos hablar de seguridad alimentaria, ni de mejorar las condiciones económicas de las comunidades. Y las mujeres nunca podrán hacer frente a los impactos del cambio climático.

Hoy en día, como decíamos, con la disminución de las precipitaciones, por no hablar del aumento de la temperatura, ya no podemos limitarnos a la agricultura de secano. Tenemos que desarrollar los cultivos de regadío y brindar apoyo técnico a las mujeres para que se posicionen dentro de las cadenas de valor de los cultivos de regadío, para que se beneficien de la riqueza de la producción y la comercialización.

Lo que decimos a las autoridades estatales y consuetudinarias, a los líderes religiosos, a los jefes de aldea, a los alcaldes, a los responsables de la toma de decisiones, es: ¡debemos revisar los sistemas de financiación! No nos limitemos a los microcréditos, los micropréstamos y los microhuertos. Dennos la posibilidad de acceder a los recursos productivos. Si necesito 1.000 dólares para comprar una motobomba para regar mi jardín, no me de 500 dólares porque soy una mujer. Si tengo que instalar una valla en mi jardín, instalar un sistema de riego eficiente como lo necesitaría un hombre, ¡dennos inversiones sustanciales!

Y deme una tierra segura con un título de propiedad que me permita garantizar estos préstamos e inversiones, y que también me permita mantener mis actividades. Porque el derecho tradicional de la tierra permite a la mujer utilizarla sin que le pertenezca. Pero el propietario puede venir a reclamar el terreno que ha desarrollado de un día para otro y perderá todas las inversiones que ha hecho. Entonces sí, debemos avanzar hacia esta agricultura de regadío, pero hay requisitos previos. El acceso a la financiación, y el control y la propiedad de la tierra son elementos centrales de nuestros esfuerzos de promoción.

Más allá de la promoción, la cual es central y esencial, ¿cómo apoya concretamente el proyecto FAR a las mujeres productoras en esta transición necesaria a la agricultura de regadío?

El proyecto apoya a los productores de plátano, arroz y las hortalizas a través de un programa de refuerzo de capacidades de los agricultores a través de escuelas de campo. Los cursos de capacitación se centran, entre otras cosas, en las técnicas de producción innovadoras, pero también en el enfoque de la igualdad de género: el objetivo es que las mujeres conozcan mejor sus derechos y la legislación senegalesa, y que los hombres conozcan estos derechos y se conviertan en aliados en esta lucha. Lo que tenemos que entender aquí es que esta discriminación contra las mujeres no es responsabilidad exclusiva de los hombres, sino de nuestras sociedades, que son patriarcales. Pero, como se dice, si los hombres son parte del problema, también deben ser parte de la solución.

Las mujeres también tienen que entender que tienen derecho a exigir tierras y no depender sólo de la herencia o los préstamos. Si una mujer quiere conseguir un terreno, pero no conoce los procedimientos a seguir, esto es un problema.  

El proyecto fortalece su liderazgo para que puedan posicionarse en la toma de decisiones, ahí donde se toman las decisiones estratégicas, y se les capacita para que se conviertan en empresarias y se posicionen en todos los niveles de la cadena de valor agrícola. Deben tener la oportunidad de decir no a determinadas políticas, de dar su opinión.  Ya no hay que decidir por ellas, hay que escucharlas.

Al mismo tiempo, se han previsto grandes explotaciones de entre 5 y 7 hectáreas para los grupos de interés económico (GIE) beneficiarios del proyecto, formados por un 60% de mujeres, un 20% de jóvenes y un 20% de hombres. En estos desarrollos, los GIE reciben apoyo con herramientas agrícolas, como sistemas de riego innovadores.

Creemos en la fuerza y el liderazgo de las mujeres para participar mejor en el desarrollo de su región. Quieren y pueden posicionarse en las cadenas de valor de los cultivos de regadío a los que se dirige el proyecto.  En primer lugar, para poder mantener a sus familias, pero también, gracias a los excedentes obtenidos, para satisfacer la demanda existente en el mercado, generar ingresos y lograr la autonomización económica.

El objetivo de todo este trabajo es que las mujeres puedan ocupar su lugar en la agricultura del futuro, la cual es exige cada vez más conocimientos y apoyo debido al cambio climático.

¿Qué significa para usted el Día Internacional de la Mujer Rural?

Es un día muy importante para valorar la determinación de las mujeres rurales y de todas las mujeres. Más allá de la celebración, es un momento para detenerse y observar la experiencia de miles de mujeres que viven en el mundo rural: hacer un informe sobre las políticas anunciadas y las medidas implementadas.

Por eso, con uno de los socios del proyecto, el Comité Asesor de Mujeres de Tambacounda, vamos a organizar una campaña de sensibilización y promoción del acceso de las mujeres a los recursos productivos. Vamos a desafiar, informar y sensibilizar a las autoridades estatales, religiosas y consuetudinarias sobre las dificultades que tienen las mujeres para obtener la tierra, los insumos y la financiación necesarios para producir con dignidad.

Queremos llamar su atención sobre el hecho de que el cambio climático exige un replanteamiento de todos los programas agrícolas, y sugerimos que cuando establezcan programas de concesión de equipos o distribución de insumos, por ejemplo, haya cuotas para las mujeres. Debe haber una discriminación positiva en favor de las mujeres productoras.

Por último, este día es también una oportunidad para aplaudir el compromiso de quienes luchan por un mejor reconocimiento y valoración del trabajo invisible de las mujeres productoras, que constituyen una parte importante de la mano de obra agrícola.

Debido a la pandemia, el proyecto no pudo despegar realmente hasta principios de 2021. ¿A pesar de esto, ya se han alcanzado algunos resultados?

¡Claro! Empezamos por revitalizar las organizaciones de productores mediante una capacitación en desarrollo organizacional. Las mujeres están ahora mejor preparadas para entender y utilizar los enfoques y estrategias del proyecto para conseguir resultados. Para crear una sinergia de conocimientos y maximizar nuestros resultados, también trabajamos con varios socios en los temas del medio ambiente, la igualdad de género, la agricultura inteligente y la gestión de los recursos de agua.

Y sí, se están dando resultados... Después de las primeras campañas de sensibilización, las autoridades locales concedieron 24 hectáreas de tierra a grupos de mujeres. También están empezando a surgir y a hablar nuevos líderes. Ahora sucede que cuando se les ofrece una hectárea, las mujeres la rechazan y piden superficies mayores para poder producir y satisfacer la demanda del mercado. Entienden que nadie más que ellas va a reclamar sus derechos.

Sabemos que todavía tenemos que perseverar, hay bloqueos y barreras. Todo esto no es fácil, estamos en una zona donde domina el patriarcado. Y como se trata de enfoques nuevos, hay muchas amalgamas, muchas interpretaciones cuando hablamos de igualdad de género y de masculinidad positiva.

Así que siempre intentamos contextualizar, comunicar, informar y escuchar a los demás también. Estamos en esta fase y, a medida que pasa el tiempo, la gente entiende que lo que intentamos promover en este proyecto es realmente el poder económico de las mujeres, para el bienestar de toda una comunidad.

Una vez finalizado el proyecto, ¿cómo medirá su éxito?

Lo que me permitirá decir que hemos hecho una diferencia es cuando vea a las mujeres productoras en los órganos de toma de decisiones. Cuando exigen el respeto de sus derechos y ya no dejan que otros hablen por ellas. Cuando las veo bien posicionadas en las cadenas de valor de los sectores a los que nos hemos dirigido, como comerciantes mayoristas, por ejemplo, y no como simples minoristas. Cuando las veo negociando contratos en los mercados. Cuando las oigo pedir que se les integre mejor en el desarrollo de las políticas agrícolas.

¿Soy optimista? ¡Claro que sí! Sólo hay que recordar las peticiones que se hicieron en los años 2000 para la educación de las jóvenes. Muchos no creían en ella, especialmente en mi zona, aquí en Kolda. Sin embargo, hoy hay muchas más niñas en las escuelas de nuestros pueblos. Antes, pocas chicas iban a la escuela o a la universidad. Hoy en día, las chicas van a la universidad para obtener una maestría, igual que los hombres.

¿Por qué? Porque hubo un tiempo en que la gente creía en ello. Y que se dijeron que si se crea una conciencia, se informa, se habla con las autoridades, si se cambian los programas y las políticas, podemos actuar sobre los retos del desarrollo. Esto no es una utopía. No es la primera batalla que libran las mujeres. Y sé que también ganarán esta vez.

El proyecto Mujeres y agricultura resilientes (FAR) es implementado por el CECI en consorcio con SOCODEVI y con la colaboración de OURANOS, y recibe el apoyo financiero del Gobierno de Canadá a través del Ministerio de Asuntos Mundiales de Canadá (GAC).

 

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